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Audiolibros, ¿la nueva revolución en el sector editorial?

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Reinventarse o morir. En este proceso está el sector editorial desde hace un par de décadas, en las que, a pesar de los publicitados aumentos en los índices de lectura, las ventas se reducen o se estancan año tras año y nadie se plantea ya regresar a los años de vacas gordas, sino a tratar de salvar los muebles en cada ejercicio presupuestario. Desde la popularización de la tecnología digital, las soluciones innovadoras aportadas hasta ahora desde el sector han sido claramente ineficientes y siempre al rebufo de las empresas tecnológicas y de un gigante de la distribución como amazon, que vende libros junto a váteres, zapatos o exprimidores.


El último intento por darle brío al sector es el lanzamiento de los audiolibros, un invento para nada novedoso (ha habido grabaciones de libros desde hace décadas) pero con la potencia y alcance que ahora proporciona el mundo digital. Las ventajas de los audiolibros para el sector son potencialmente numerosas: abrir un nicho de mercado que incluye a la población poco o nada lectora, que quizá se anime de este modo a acercarse a los libros, la posibilidad de explotar canales y modelos de venta variados en el mercado digital y una imagen de actualización del modelo de cara al exterior que ofrece un formato adicional al papel y al electrónico, y que aprovecha el buen momento de los podcast. Por otro lado, desde el punto de vista artístico, ofrece posibilidades adicionales de creación para explotar el «nuevo» formato.




Fuente Emma Matthews

En principio, este no es más que otro intento por aumentar el volumen de ventas o, más bien, recuperarlo. Hace mucho que las grandes editoriales no están comandadas por editores, sino por grandes grupos mediáticos que pretenden obtener los mismos réditos que con otras inversiones, sin conocer muy bien cómo funciona verdaderamente el sector editorial. Es aquí, de hecho, donde surgen ciertas dudas sobre los audiolibros. Sin cuestionar sus virtudes, es evidente que no es un formato al que todas las editoriales vayan a tener acceso, tan solo las que tengan el músculo económico suficiente como para permitirse unos 4.000-5.000 euros que cuesta de media la grabación de un audiolibro de calidad. Ese es el primer argumento que hace sospechar que no se trata de ofrecer un formato adicional que facilite la accesibilidad de los contenidos, sino que se trata de un movimiento de estrategia comercial sin ningún interés cultural detrás. No hace falta ser muy sagaz para avistarlo desde el horizonte.


Por supuesto, detrás de cada nueva tecnología hay siempre gente (o empresas) dispuesta a aprovecharla para su propio beneficio económico. No se trata de algo reprobable, es tan solo un hecho objetivo, pero que invita a la prudencia cuando escuchamos o leemos titulares grandilocuentes sobre el alcance de esa innovación en el mercado. Ocurrió ya hace unos años con el libro digital. El revuelo en los medios fue tal que se vaticinó que para estas alturas las ventas de libros digitales iban a superar a las del libro en papel. Desde luego no ha sido así y más bien parece, por los datos de que disponemos, que el formato digital se ha estancado y que hay quien ha perdido parte de su inversión por el camino. En algunos campos la apuesta salió bien (en las publicaciones académicas, sobre todo) pero en otros como en la literatura o el libro de texto la apuesta no ha terminado de calar y sin embargo se ha facilitado la piratería y que algunas empresas, como amazon o apple, se hayan hinchado a vender aparatitos (que es, en última instancia, lo que les interesa, y con lo que ganan dinero de verdad). Estamos leyendo ya que el audiolibro supondrá en torno al 10-15 % de las ventas de libros de aquí a unos pocos años. Habrá que hacer un seguimiento de los datos porque a primera vista se antojan demasiado optimistas.


Los principales proveedores de audiolibros se están esforzando en publicitar que la experiencia del audiolibro es prácticamente igual que la de un libro (ya sea digital o en papel). Sin embargo, el audiolibro puede tener ciertas características que alteren esa experiencia. Hay dos muy evidentes.


En primer lugar, el narrador o narradora escogidos son fundamentales ya que pueden cambiar por completo la experiencia de un libro. Lo que en la lectura «visual» del texto es narrado por nuestra propia voz interior, en el audiolibro se trata de una voz impuesta que puede deslucir por completo un texto, del mismo modo que un mal director o unos pésimos actores pueden echar por tierra el mejor de los guiones. De hecho, conozco a personas que eligen los audiolibros en función del narrador, lo cual dice poco del criterio de selección de las obras por parte de los consumidores.


En segundo lugar, y esto es más importante, el audiolibro tiene claras deficiencias a la hora de transmitir las particularidades de ciertos textos escritos. No se trata tanto de las regiones que se activen en el cerebro o de las emociones que suscite un texto, sino de que ciertos recursos gráficos no son reproducibles en el audiolibro. Tomemos dos ejemplos publicados en nuestra propia editorial. En el relato «El chico de los Pedersen» incluido en En el corazón del corazón del país, el uso de las mayúsculas iniciales de William Gass es decisivo al escribir «Papá» o «papá». Hay un significado implícito en esa mayúscula o minúscula inicial que en el audiolibro se pierde por completo. Hay también espacios en blanco en el texto que en un audiolibro no pueden tan solo reproducirse con simples silencios, es mucho más que eso, es parte de la textura del texto. Y el uso de sus cursivas tampoco tiene fácil solución (tampoco por ejemplo, por citar a otro autor con un uso de las cursivas un tanto particular, en los textos de Bernhard).  


Pongamos un segundo ejemplo: La entreplanta, de Nicholson Baker. Se trata de un libro en el que el uso de las notas al pie es capital en la concepción de la novela. Baker las emplea para expandir el texto hacia vericuetos personales del protagonista que expanden el texto, lo enriquecen y hacen que la novela cobre una dimensión diferente. Algunas de esas notas ocupan incluso dos o tres páginas. Baker utiliza ese recurso a sabiendas de que el lector va a perder el hilo de lo narrado pero es parte del juego que propone, y además sabe que el lector puede regresar al punto de inicio y releer el fragmento previo a la nota sin mucha dificultad. Esto, en un formato que se supone que debe ser ágil porque el usuario (si se prefiere, el «lector») podría estar cocinando o haciendo deporte o conduciendo al tiempo que «lee» la novela, no parece fácil de solucionar. Y, por supuesto, olvidémonos de los caligramas, de ensayos con muchos datos, con numerosas referencias al pie, de juegos oulipianos como el de «un verso en una casa enana» de Pablo Moíño o de acrósticos, por poner solo algunos ejemplos.




Fuente: Pixabay.

El alcance del audiolibro, por tanto, es ciertamente limitado. Parece útil para la literatura convencional y poco más. En cuanto el texto contenga recursos gráficos o notas al pie o referencias, las posibilidades de reproducción en audiolibro se evaporan. Tampoco parece probable que pueda imponerse este formato en el libro infantil, en el que la imagen en esencial, y quizá pueda tener alguna cabida entre el público adolescente con la novela juvenil, aunque es precisamente a esas edades cuando parece que hay un abandono lector importante. Está por ver si dan con alguna solución novedosa.


En cuanto a las posibilidades creativas que se abren con este formato, habrá que estar atentos a las vanguardias. No van a llegar propuestas novedosas desde las empresas que se dedican a distribuir estos contenidos, algunas de las cuales ya están produciendo contenidos específicos para audiolibro y cuyo fin es meramente comercial (y sospecho que puedan ser radionovelas 2.0, aunque quizá me equivoque). La verdadera creación vendrá de personas ajenas a estos intereses económicos que sean capaces (o no) de hallar posibilidades narrativas adicionales a este formato más allá de las que ofrece el texto escrito. Se habló mucho en su momento también de las posibilidades hipertextuales que ofrecía el libro digital pero aún estamos a la espera (más allá de algunas propuestas vanguardistas interesantes) de alguna obra que venza el espacio entre la vanguardia y el público masivo que sea capaz de sacar provecho narrativo del formato digital. Más allá de algunos intentos con enlaces a algunas webs y realidad aumentada, no parece que estos experimentos hayan podido resultar en una obra coherente, de calidad y de amplio alcance entre los lectores. Estaremos atentos a las propuestas que surgen desde los audiolibros.


¿El enésimo intento por salvar al sector de los embates de los medios audiovisuales de entretenimiento? En un par de años, hablamos.



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